Está amaneciendo, me despertó el sol tocando a la puerta. Nunca he entendido para que lo hace, nunca me levanto a abrirle. Escucho el murmullo de mis dedos ¡chismosos! nunca están un momento silencios. Los 5 juntos: cómplices, hiperactivos; todavía amodorrados: buscan tu cintura. Les encanta buscar a ciegas, hacen una reverencia al encontrar tu cadera ¡hipócritas! sólo buscan ganarse tu confianza, lobos con piel de oveja. Caballerosos, en su faceta de ésta mañana: se siguen hasta tu cara, de puntitas, como en piso recién trapeado, como sin querer hacer ruido. No me pidas repetir todo lo que decían bajito por el camino ¡Sinvergüenzas!
Una de mis rodillas despertó azorada. Rodó toda la noche, y ahora semiconsciente: no sabe dónde está. Sin saber lo que hace: se abre camino entre las tuyas, no le importa despertar a nadie con sus movimientos bruscos. Otra vez en su lugar: se duerme tan rápido como se despertó.
El sol, igual que un gato: ya está en la ventana: precavido, se asoma primero, pero como siempre; acaba por entrar. Ya adentro olvida su inicial timidez y empieza a buscar con qué jugar. A veces en la foto del buró, otras el espejito de la niña, hoy se detuvo en tu cabello. No sé que polvos se carga siempre, que cuando lo toca; lo deja brillando. Esto desvía a mis dedos de su destino. Charlan con el sol de esas cosas que no significan nada, al tiempo que peinan tu cabello, untándolo a la vez, de sol. El sol se despide, debe continuar su camino para que no se le haga tarde, lo espera el polvo perezoso en la cabecera. Los dedos llegan a tus mejillas, revisan su suavidad y se recuestan, empujándose un poco por el mejor lugar, terminando por tomar orden a la voz del índice.
Los sonidos de amanecer revolotean al rededor. Aves y autos en la calle tomado vida. La respiración y murmullos adormilados de los niños, que llevan su propio mensaje y contestación. Sólo otra señal de que la noche ya nos dejó.
Mis ojos, testigos del sol y sus averías: continúan en ti. Voyeristas de vocación, escondidos detrás de sus respectivos párpados. No hay palmo de ti que no conozcan, y sin embargo: te buscan ávidos de partes escondidas. Entre las sábanas, entre tus dedos, por entre tu pelo. Cualquier ruido y se hacen los disimulados. Cada uno piensa que es el único. Tontos, mudos y separados; nunca se darán cuenta, y es lo mejor. Son un par de celosos sin remedio, el único modo que han tenido de defender nada; ha sido con suaves, inútiles y estorbosas lágrimas.
Mi boca, hedonista experta: no hace ningún esfuerzo por resistirse. Como puedo la repliego, pero ya es tarde. De un solo movimiento y sin obstáculos; llegó a tus labios totalmente desprotegidos.
Creo que despiertas, aunque no estoy seguro; y me miras con ojos de bebé de días. Tu lengua reniega mucho antes de cumplir su trabajo: con tan poco oficio que apenas la puedo entender:
¡Ya duérmete, es domingo!
Dice tu voz que a duras penas se eleva hasta mis resignados oídos, para luego desvanecerse en el piso, con un amanecer que no acaba de llegar y ya se va. Amistad efímera que se diluye por las coladeras del baño.
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